Iniesta
Opinión

Andrés Iniesta, ‘el Rey transparente’

Supo a despedida aquel gol en la final de Copa ante el Sevilla, aquella pequeña joya que regaló al público como espejo de su existencia, confirmada con sus ojos vidriosos ante la atronadora -abrumadora- ovación que le fue tendiendo una alfombra de sincero agradecimiento en la senda de su sustitución.

Todo lo que divide en la sociedad de repente se convirtió en unión ante el andar sereno de Don Andrés sobre el filo de la implacable manecilla del volar del tiempo. Es verdad que, en cambio, nos quedó el tesoro de sus jugadas, su ejemplo de caballerosidad, su historia, la del Rey transparente, pues solo de esta forma podría titularse el silencioso y emocionante virtuosismo callado del relato de su vida deportiva.

Una peripecia existencial que no fue sólo la de Iniesta sino también la nuestra, porque esta crónica con ingredientes fantásticos nos habló en realidad de la necesidad del silencio sabio ante el molesto ruido del mundo actual, de lo que todos somos y de lo que en realidad debemos aprender para ser. En realidad un recuerdo que jamás podrá ser escrito, por constituir uno de aquellos ejemplos que solo se pueden vivir, aunque su enseñanza en cambio permanezca para ser transmitida de generación en generación.

Iniesta siempre dejará dos páginas en blanco al final de todo intento literario o periodístico referente a su trayectoria deportiva, porque todos y cada uno de ellos serán del todo insuficientes para describir al jugador, a la persona. Día tras día, mientras nosotros nos empecinamos en alejarnos los unos de los otros, Iniesta se empeñó en demostrar que el fútbol, ese juego para el que descubrió que había nacido con un don, servía para unir.

Andrés pobló el fútbol de silencios, y el silencio con el rumor de sus jugadas, la intuición de algo grande que se acercaba con la magia de las pequeñas cosas. La luz iridiscente de un balón que rindió pleitesía ante las pálidas transparencias del noble manchego, que pronunció con aquella esfera las palabras de un mundo que aún era posible. Un mundo ligero, que danza, que juega a otra cosa, al sueño de un monarca que jamás aspiró a reinar, sino a enseñar el arte de su nobleza, el de su transparencia, el de su pisar la hierba fresca con los pies desnudos: pura delicia.

Un mundo de honor y de palabra, en el que los caballeros se sentaban juntos a la misma mesa verde para jugar a que la vida era un juego demasiado difícil como para complicarlo aún más, por lo que era absolutamente necesario hacerlo más sencillo con la naturalidad del que nació para mejorarlo. E Iniesta siempre poseyó la llave para abrirlo y mejorarlo con su constante acto de generosidad, genialidad, talento. Cuando el aficionado intuyó su marcha la nostalgia se le agarró a la garganta y se la apretó. Tragó saliva: comprendió que la pena sabía salada pero que los recuerdos y las enseñanzas resultaban inmensamente dulces. No solo como un gol en Sudáfrica en el cuchillo temporal del destino o un zapatazo atravesando un bosque de piernas en mitad de la brumosa niebla de Londres, sino como la transparencia de un jugador con alma de danza, silencio musical y jugar de pentagrama.

Un jugador, un caballero de La Mancha, un campesino callado que acalló el ruido, también una historia de esperanza, un camino entre caminos, una jugada entre jugadas. La grandeza en la caída, la pequeñez en el triunfo, la verdadera grandeza. Por todo ello, Dios Salve al Rey Transparente, Dios Salve a Andrés Iniesta, aquel que se marcha sin hacer ruido y dejando al mundo sin palabras…

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