Chris Paul
Reportajes

Chris Paul, el chico que convirtió un momento trágico en una hazaña inolvidable

Los abuelos son esas personas a las que los años les han transmitido experiencia y sabiduría. Son esos seres humanos adorables que ejercen una gran labor, en silencio, con cariño y, por supuesto, siempre con orgullo y sin reproches. Ellos jamás ponen mala cara y siempre intentan hacernos divertir con sus ‘historietas’ y regalarnos su mejor consejo. La mayoría de los nietos logran crear ese vínculo especial con su abuelo, ese halo que lo convierte en una de las personas más importantes de su vida y con la que siempre quiere compartir el tiempo. Esto le pasaba a Christopher Emmanuel Paul, más conocido como Chris Paul o CP3, con su abuelo Nathanial Jones o, mejor dicho, con Papa Chilly.

Este jugador de baloncesto que deslumbra en la NBA con la camiseta de Los Ángeles Clippers juega como base y no llega a 1,85 metros de altura, pero es uno de los mejores en su posición. Chris Paul nació el 6 de mayo de 1985 en Winston-Salem, Carolina del Norte. Durante su infancia no mostró demasiado interés por el baloncesto y le dedicaba mucho más tiempo al fútbol americano, su pasión. Sin embargo, en el instituto se decantó por el básquet. Este cambio no fue por casualidad, fue por su abuelo, quien no paraba de meterle ese ‘gusanillo’ por el deporte de la canasta.

La mano de Papa Chilly

Para Paul, si hay una persona, además de sus padres y su hermano, que le haya marcado su vida ese era su abuelo. Papa Chilly fue el primer afroamericano en abrir una gasolinera en Carolina del Norte, uno de los lugares en los que el joven Chris pasaba horas ayudándole y aprendiendo el oficio de la vida junto a él. Conversaciones banales y profundas y, en todas, muchos sueños y cosas por hacer. A Chris le supieron transmitir desde bien pequeñito que en la vida las cosas solo se pueden conseguir si luchas de verdad por ellas, si te esfuerzas y si trabajas duro. De lo contrario, cualquier cosa será imposible de alcanzar.

El primer año en el instituto de Wake Forsyth no fue precisamente el más esperado ni el mejor para él. Los comienzos no son fáciles, y Chris tenía a su hermano CJ Paul por delante. En cambio, en su siguiente curso creció unos centímetros, se quitó de encima esa presión que tenía, debido a su agilidad, rapidez y gran calidad, para convertirse en el mejor jugador de su equipo. Ahí fue la primera vez que Chris Paul fue una estrella. Ya no pasaba desapercibido para nadie y los ojeadores universitarios comenzaron a fijarse en ese pequeño base que estaba predestinado a hacer grandes cosas en ese deporte.

A pesar del abanico de posibilidades que tuvo, Paul y su abuelo tenían claro que querían ir a Wake Forest. El primero de sus sueños se hizo realidad; en noviembre del 2002 firmó una carta de intenciones con dicha universidad, una especie de contrato para que comenzara a jugar allí. Su abuelo sonreía en la ceremonia mientras ponía en la cabeza de su nieto el sombrero de Wake Forest, insignia de la Universidad. Fue un día de mucha emoción y felicidad para toda su familia. Su abuelo, con lágrimas de emoción en su rostro, no podía estar más orgulloso de su nieto. Por desgracia, la alegría no duró ni 24 horas, pues esa misma noche un grupo de jóvenes entraron en casa de Papa Chilly y el atraco terminó con la muerte de este. Paul tenía 16 años; su abuelo, 61, y la vida acababa de arrebatárselo de la forma más cruel posible. Sin avisar, con violencia y después de uno de sus días más especiales y emotivos.

La tragedia

Su primo Jeff Jhone llamó a Paul para contarle lo ocurrido y este no daba crédito. No se lo podía creer. Al pequeño Paul se le quitaron las ganas de todo, incluso de jugar al baloncesto, pues si su gran valedor no podía estar junto a él en las gradas, el sueño que juntos crearon no tenía sentido. Estuvo a punto de abandonarlo todo, pero después de una conversación con su tía algo cambió en él. En vez de derrumbarse siguió los consejos que le había transmitido su abuelo para enfrentarse a los golpes que le pudiera dar la vida. Pocos días después de lo ocurrido, su instituto tenía que jugar un partido contra el de Parkland High, y el pequeño de los Paul decidió jugar porque “quería hacer algo especial”, eso fue lo que les dijo a sus compañeros en el vestuario. Ese algo especial era el hito que Paul quería hacer para honrar la memoria de su abuelo, para que el nombre de este nunca cayera en el olvido. Y el homenaje que le brindó no fue otro que anotar 61 puntos, uno por cada año de vida de su querido mentor.

Chris Paul saltó a la cancha con su número 3 en la espalda y dispuesto a demostrar que todo lo sufrido no iba a ser en vano. Con la fuerza provocada por el dolor lideró a los suyos, comenzó a meter canastas, a anotar punto por punto, a acariciar cada uno de ellos como si estuviera soplando velas de cumpleaños junto a su querido abuelo. Llevaba ya 59 puntos en su cuenta particular cuando cogió la pelota, cruzó toda la pista a una velocidad endiablada y, con un rectificado, dejó una bandeja con la mano derecha por encima de uno de los pivotes del equipo contrario, que le hizo una falta clara. Pese a la falta, el balón entró y la canasta fue válida… el pequeño y joven Paul había llegado a sus ansiados 61 puntos. Pero aún tenía que lanzar el tiro libre por la falta (había sido 2+1), la infracción por la cual se había quedado en el suelo, tumbado bocarriba, como esperando que su abuelo fuera a por él a abrazarlo para darle las gracias y decirle que tenía que levantarse para terminar la jugada, que debía culminar la gesta. Paul se levantó, fue a la línea de tiro libre y falló el tiro a propósito. Pidió el cambio y salió del parqué.

Su trabajo en la pista había terminado y el joven Paul se fue corriendo llorando a abrazarse con su padre; acababa de brindarle a su persona favorita el mejor homenaje posible. Una hazaña al alcance solo de los más grandes, de personas nacidas para hacer historia y para batir récords, esa gente que tiene un don especial para disfrutar y hacer disfrutar con lo que hacen. Su adorado Papa Chilly ya podía descansar en paz, acababan de darle un recibimiento único e inolvidable en su entrada en la eternidad.

El despegue

A partir de ahí, la carrera de Chris Paul o CP3 -como le pusieron nada más aterrizar en la NBA- no tendría, ni tiene, límites. Tras tres años creciendo y siendo el líder de Wake Forest, el de Winston-Salem aterrizó en la competición más importante del mundo baloncestístico; el último eslabón del sueño que forjó junto a su principal fuente de inspiración. Solo tenía 20 años y llegó a los New Orleans Hornets como número 4 del Draft del 2005. Fue elegido por unanimidad rookie del año, demostrando una superioridad respecto a los otros novatos tan grande que no ocurría desde que ganara ese premio “El Almirante” Robinson. Poco a poco, Paul se iba haciendo un nombre entre las grandes estrellas de la mejor liga del mundo e iba superando todas las expectativas. La temporada 2007-2008 fue la de su consagración definitiva y la que lo coronó como uno de los mejores jugadores del planeta. Año tras año ha ido a más, y aunque aún no ha logrado ningún anillo, a buen seguro que no se retirará sin darle también ese regalo a Papa Chilly. Ya lleva más de 653 partidos, más de 22.000 minutos y más de 12.000 puntos en sus ocho temporadas en la NBA.

“Ni Magic, ni Jordan, mi abuelo es mi héroe”, comentó en una ocasión la estrella de la NBA. Esta es la pequeña historia de un persona que, a pesar de recibir uno de los golpes más duros que la vida le pudo dar, se sobrepuso para convertir un trágico suceso en una hazaña inolvidable. Y, cómo no, para empezar a deleitar a todos con su juego y su alegría. Ahora es él el héroe y el ídolo de muchas personas que sueñan con llegar hasta donde él. Seguro que Papa Chilly sigue estando muy orgulloso de su nieto, y que en cada partido salta a la cancha con él para estar en cada pase, en cada robo, en cada canasta, en cada segundo.

María Trigo

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