Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista, Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata, Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista, Cuando vinieron a buscar a los judíos, no protesté, porque yo no era judío, Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar.
El pastor protestante alemán Martin Niemoeller sermoneó a sus fieles con estas frases en la Semana Santa de 1946 en Kaiserslautern, Alemania. Un sermón al que la historia otorga cada año un enorme peso de razón y que el ser humano se empeña en ignorar, recayendo una y otra vez en un error que repite sin cesar, sin importarle lo más mínimo sus consecuencias. Se viven nuevamente tiempos de peligrosos radicalismos, incipientes corrientes xenófobas e ideológicas que pueden avocar al planeta y sus pueblos a situaciones que ni se deben olvidar ni repetir.
Dicen que el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla, y como la semilla del odio vuelve a germinar dando lugar a cierto tipo de actitudes absolutamente vergonzosas y reprobables, bueno es recordarla e incidir en el hecho de que tras la repetición de un hecho ignominioso fundamentalmente ha de aprenderse la lección.
De Jong y Wijnaldum unen sus brazos
Es por ello que gestos y celebraciones como la que mostraron al mundo Frenkie De Jong y Georginio Wijnaldum en el partido de clasificación para la Eurocopa de 2020 entre Holanda y Estonia (5-0) cobran tanta relevancia. Forman parte de esa página de oro del más grande libro jamás escrito: el de los derechos humanos.
Ambos unieron sus brazos en la celebración del gol ante las cámaras de televisión, para en la diferencia -diversidad- de color, ensalzar el mensaje de igualdad. Como declaró Wijnaldum: “Se trata de un problema social, es algo que la política debe tratar. Se deben tomar medidas contra este tipo de prácticas”
Fue sin duda una manera diáfana y sencilla de repudiar a todos aquellos que utilizan el fútbol como medio para dar rienda suelta a sus ideas xenófobas. Desafortunados sucesos que se viven en campos de fútbol de todo el planeta, en los que en la mayor parte de los casos, reducidos grupos de ignorantes le dan la espalda a la historia de su propio club. Olvidando que en momentos de la misma, futbolistas nacidos lejos de sus fronteras labraron sus grandes éxitos.
Diversidad y fútbol
No ha lugar por tanto para la semilla del odio, pues no existe nada más verdadero que descubrir el mundo a través de su diversidad, a través de los ojos de esos chicos y chicas que proceden de otro barrio, otro pueblo, otra ciudad, otro país. Culturas diferentes que han enriquecido al fútbol en numerosos aspectos, propiciando que el deporte evolucione.
Un deporte británico al que cada pueblo imprimió su propia personalidad, su estilo, desde el “Jogo bonito” al “Fútbol criollo” pasando por el “Fútbol latino”, el “Fútbol físico alemán” y acabando por ejemplo en el “Fútbol del Continente africano”, el de la “Escuela del Danubio” o «el Fútbol Total».
Recordando la historia
Hace casi cien años un mulato brasileño llamado Arthur Friedenreich tuvo que disimular tal condición engominándose el pelo, pero estas viejas batallas que jugadores como Friedenreinch, Viv Anderson y compañía ganaron hace años, se han ido reproduciéndo hasta nuestros días con demasiada asiduidad.
Resulta muy edificante recordar a Favio Liverani, hijo de italiano y somalí, como primer jugador de color en la historia del seleccionado italiano de fútbol. Un seleccionado que varias décadas antes, plagado de oriundos, ganó un título mundial, curiosamente con un fascista y racista como Mussolini -que hizo propaganda de la supuesta superioridad del fascismo con el fútbol, y Monti, un bonaerense expatriado por el dictador – moviendo los hilos.
Ese mismo título que una integradora selección francesa conquistó en 1998 con un maravilloso futbolista de origen argelino como Zidane, con Trezeguet que se crió en Argentina; Pires -hijo de un portugués y una española-, Djorkaeff de origen armenio, con Thuram, Desailly, Silvestre, Vieira, Makelele, Wiltord, Henry… Títulos históricos que dejaron atrás el blanco y negro, a todo color, como la Eurocopa conquistada por la selección española en 2008 con un pulmón de color en la zona medular llamado Senna. Copas para un mundo sin ‘Apartheid’, como el Mundial que la Roja elevó al cielo de Johannesburgo en Sudáfrica 2010, bajo el espíritu y la mirada del sabio ‘Madiba’ que cumplió un viejo sueño.
El fútbol posee la capacidad de superar fronteras, eliminar diferencias y movilizar pasiones -no todas buenas- en los aficionados, el pueblo, la gente. Resulta de importancia capital el hecho de que el deporte se convierta en elemento de unión y tolerancia, que el color de la piel se vuelva visible entre camisetas y banderas. En el fútbol, que tantos colores aúna, estos establecen una diferencia visual para el espectador y el colegiado, representan la procedencia, historia y el sentimiento. En ningún caso ha de representar la diferencia racial, la supremacía, sino el elemento de integración, una oportunidad de visibilidad para todos aquellos y aquellas que se sienten marginados. La metáfora del juego, de la infancia, en la que lo que verdaderamente importa es ser feliz, compartir una diversión limpia con amigos, libre de prejuicios sociales y raciales adquiridos en edades adultas.
Lección de historia y no a la indiferencia
No hay color entre ser humano y ser racista, hay que elegir por y para siempre lo primero, elevar la voz del diálogo y emplear la fuerza de la imagen a todo color, ante el mensaje que intentan transmitir ese reducido grupo de vándalos que manchan la imagen de un club, un pueblo, una afición. Ignorantes ante los que no se debe adoptar la postura de la indiferencia, ante los que solo cabe la condena y el destierro, tanto del fútbol, como de la sociedad. Porque lo que ellos interpretan como superioridad/inferioridad no constituye otra cosa que diversidad, una palabra que refleja que ningún individuo es exactamente igual a otro; incluso dentro de comunidades estrechamente emparentadas, pero que todo ser humano tiene derecho a la igualdad.
Por todo ello se han de poner en gran valor gestos como los de los dos futbolistas tulipanes, porque gracias a ellos demuestran que no están dispuestos a guardar silencio, a no protestar, a esperar a que la fatalidad les venga a buscar, a ser indiferentes. Como dijo Aldous Huxley: “Quizás la más grande lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia”, enviando un mensaje grandiosamente visual de enseñanza y memoria, fundamentalmente para que se aprenda la lección y la historia no se vuelva a repetir.