Se juega como se vive, con la firme esperanza de llegar a ser un vívido recuerdo y el Real Madrid de Zidane ya lo es por derecho propio. Un imborrable recuerdo que le entronca con la leyenda de aquel Ballet Blanco de Di Stéfano. Sencillamente porque son cuatro Champions en cinco años y porque en Kiev existían dos opciones: vivir el fútbol como una canción o concebirlo como un baile. Y en las gradas del Estadio Olímpico de Kiev se cantó con fuerza el You’ll Never Wal Alone, pero sobre el tapete verde, el salón de la danza Real, se acabó bailando una vez más tal y como había previsto Zidane, el futbolista de la danza visible.
Aunque en lugar de baile fue en realidad la final de Bale, su sueño, ese primer gol de ensueño en un instante que vistió el fútbol de eternidad. Volando de lo breve a lo eterno, de lo fugaz a lo infinito, uno de aquellos goles en los que aquel que goza del privilegio y el talento para hacerlo experimenta la increíble sensación de que toda una vida dura un solo instante. Demostrando, particularmente en su caso, que en el azaroso y elegante vuelo del esférico todo es posible y se pasa en un solo segundo de la nada al todo y viceversa.
Las certidumbres solo se alcanzan con los pies, y Gareth Bale -la última bala, la Copa de Europa- la escenificó en Kiev con aquella impresionante maniobra en el aire. En ese aire que desprende aroma a leyenda; a aquella que relata y de la que siempre se recordará que es muy complejo arrebatarle la historia de esta competición al Real Madrid, porque simplemente le pertenece. En los salones verdes de la vieja Europa se baila, se danza de la mano del Real, de un coreógrafo llamado Zidane -tres Champions en dos años y medio- y sus bailarines.
En la historia de esta competición ya no cabe la menor duda de que las partículas del tiempo, el retorno circular de sus manecillas, son madridistas y juegan con la eternidad. Solo de esta manera se puede llegar a explicar que menos de tres minutos después de entrar al campo Bale en sustitución de Isco, rubricara de esa forma aquello que en vísperas del duelo se catalogaba como sensaciones inexplicables haciendo referencia al caminar del Liverpool, pero que obviamente era extrapolable al bailar del Madrid.
Y al otro lado del espejo la pesadilla de Karius, que con sus ‘resbaladizas manos’ se tomó al pie de la letra que el fútbol es un cantar y aquello de que la condenación de un error es otro error. En la final de las lágrimas, -las de Salah y Carvajal- Karius las hizo suyas para escenificar el oficio portero y condena humana de juicio y minuto presente. El Liverpool una vez más no caminó solo, pero el guardameta del conjunto de Klopp posiblemente se sintió hasta en dos ocasiones como el hombre más solo de la Tierra. De cualquier modo dicen que herir al corazón es una manera de crearlo y el Liverpool siempre será puro corazón, como lo fue el Madrid durante toda la temporada. Un corazón herido que acabó creando un corazón de leyenda…
Palabras que se escribieron y se dijeron en otro tiempo se volverán a decir y a escribir; el nombre del Real Madrid en Europa, más que definirlo volverá a recordarse y como todo el mundo conoce el recuerdo es una porción de eternidad. Una porción de sueño eterno que se alimenta de otros sueños y se resume en un solo instante que es recuerdo de lo eterno, como aquel gol de Zidane en Glasgow y como este de Bale en Kiev. Y ya se sabe un minuto y lo eterno, acompañándose, son dos minutos. O dos eternidades para volver a bailar en Europa por decimotercera vez…