La crítica de los analistas, periodistas especializados y profesionales del baloncesto ha sido unánime respecto a las claves de la victoria de la selección española en el Mundial de China. Todos coinciden en la base de un equipo altamente competitivo, experimentado, trabajador y excepcionalmente dirigido tanto en el apartado físico y táctico como en el técnico.
No cabe duda de que la selección posee a dos jugadores superlativos como Ricky Rubio y Marc Gasol, pero si por algo España ha sido la mejor del Campeonato ha sido por su fiabilidad, especialmente en defensa. Por estar siempre en el partido, sin dejar de soñar pero sin dejar de pisar el parqué; haciendo en cada jugada y segundo de (posesión-no posesión) lo que la situación del mismo y los rivales requerían.
España se mostró como un conjunto coral, solidario y en el que cada uno de sus integrantes entregó lo mejor de sí. Sencillamente lo que se contempló en la cancha fue lo que no se pudo ver de los entrenamientos; lo que son cada uno de ellos fuera de ella. La selección es fruto de una metodología de trabajo que la ha convertido en un caso único, posiblemente en la historia de los deportes de equipo como la que más metales ha tocado en década y media.
Este Campeonato del Mundo ha sido aún más meritorio y especial, pues Scariolo se ha referido justamente a dos equipos campeones. El que ha tocado la gloria, el más visible, los que han alcanzado la segunda estrella para España y, aquellos otros -no menos importantes- que abrieron la ventana que posibilitó el vuelo al firmamento del baloncesto mundial. Ese segundo equipo y grupo de chavales para los que Sergio Scariolo ya se ha comprometido a entregar otra medalla de oro.
Resulta ciertamente complicado no mencionar de manera especial a Marc Gasol y a Scariolo -ambos campeones NBA y del Mundo-, a Ricky Rubio -MVP de absolutamente todo-, a la capitanía de Rudy; pero España se ha coronado por segunda vez campeona del mundo por comportarse como una unidad, en la que los egos jamás tuvieron lugar. Como dice Scariolo, en su equipo cada uno supo hasta dónde podía llegar, pero ninguno de ellos se dejó nada en el camino. Felizmente se ha ganado, dando una lección de baloncesto coral, un ‘clinic’ defensivo en cada partido, pero si se hubiera perdido, nada habría que reprochar a ninguno de sus integrantes.
Un candil llamado Ricky Rubio
La clave, sin duda, la ha expuesto Ricky Rubio cuando una vez campeón mostró el rostro del excepcional chaval que le ha convertido en el exponencial jugador que siempre fue. Pues Ricky, le restó importancia a la victoria, para darle toda la relevancia al hecho del por qué y el cómo se consiguió. Y ese es el aprendizaje, hay que conocer su historia, su humildad, la manera que ha tenido de ganar y perder en la vida, porque como ha dicho, esto es solo baloncesto. La vida es la que te atrapa o te impulsa, te abraza o te atropella, y su equipo ha demostrado que se puede convertir en ejemplo de cómo se ha de afrontar el día a día.
Rubio ha sido el faro y candil de esta selección, la fuerza tras la pérdida, la de ese joven que hace tres años, en Minnesota, pensó en dejarlo todo. En aquel momento la pantalla de su vida se fue a negro, una luz se apagó, pero aquella estrella que pareció apagarse, fue la que acabó guiándole hasta el lugar en el que hoy brilla. Cuando se contempla una estrella se está contemplando la luz del pasado, aquella enana roja que el mundo del baloncesto lleva contemplando muchos años.
No ha lugar para el brillo de una estrella si no existen unos ojos que la quieran contemplar, ni universo que la quiera acoger, aunque solo sea en esos veinte segundos de posesión que parecen durar toda una vida. Y esta es la verdad de nuestra estrella, con su rango de normalidad y realidad, pero sin límites para el universo del sueño.
Por estos chicos que vienen y se van, vinieron y vendrán, ya luce España una segunda estrella en su escudo, muy cerca del corazón. Ese corazón luchador que se repone tras cada pérdida, -de generación en generación- y que una vez conocido el camino y la forma nunca dejará de estar en la partida.