- El italiano escenificó en Montecarlo que su excelso tenis puede imponerse a esa ‘locura’ que le caracteriza y que le ha impedido ser más grande de lo que es.
El rostro más conocido del tenis es el menos común. Millones de aficionados han presenciado en la última década la hegemonía de Federer, Nadal y Djokovic. O, simplemente, han vislumbrado cada fin de semana a un puñado de tenistas con un título bajo el brazo. La realidad es otra, la que esconde a miles de apasionados que jamás consiguen alzar su sueño. Una paradoja que se produce incluso dentro de los 100 mejores del mundo.
Todos ellos pueden vivir de su deporte, pero son pocos los que un día pueden permitirse ganar un Grand Slam, un Masters 1000, o un ATP de cualquier otra categoría. Es la situación en la que enmarca, o más bien lo hacía, Fabio Fognini. El próximo mes de mayo cumplirá 32 años y hasta hace cuatro días no sabía lo que era levantar un Masters 1000. Una vida de lucha cuya recompensa ha llegado en el tramo final. Y lo que sabe tanto el italiano como cualquiera que haya admirado al menos diez minutos su juego, es que esta situación podría haberse dado mucho antes.
Fognini, un genio incomprendido
“Si tuviera cabeza podría ser Top Ten durante diez años”, declaró él mismo tras conquistar Montecarlo con un contundente triunfo (6-3 y 6-4) sobre Lajovic. Los expertos coinciden: el entrenamiento es imprescindible, el talento ayuda, y una fortaleza mental marca la diferencia. Fognini es uno de esos casos perdidos que con frecuencia aparecen en el tenis, véase Kyrgios, Tomic o Gulbis. La diferencia con estos dos últimos es que el italiano siempre ha mostrado predisposición a mejorar, de ahí que siempre haya mantenido una cierta constancia que le haya mantenido entre los mejores del mundo.
Es menudo, no llega a 1,8 metros, pero posee un servicio notable. Y aunque no fuera así poco importaría: sus golpes subsanan cualquier carencia. Es rápido en el fondo de la pista, con una derecha con la que puede tomar la iniciativa y, sobre todo, con una muñeca que abre ángulos con cierta facilidad. Más mortífero es su revés, con el que marca cualquier tipo de diferencia. Y en la red, al contrario que muchos, se desenvuelve con facilidad, con un alarde técnico del que pocos pueden presumir.
«Donde Nadal ha construido sus éxitos, Fognini ha forjado su muro»
Su único defecto es ser un ‘loco’. Un genio incomprendido. Una figura incapaz de controlar sus emociones ante ciertas situaciones. Incapaz de remontar una situación adversa o, simplemente de hacer un sobreesfuerzo cuando más lo requiere el momento. Y no por físico, sino por cabeza. Ahí donde Nadal o Ferrer han construido sus éxitos, Fognini ha forjado su muro. O así había sido hasta ahora.
Una madurez tardía
Ocho títulos en su carrera. Muchos años arriba, entre los focos. Suficientes para algunos, imperdonable para figuras como el italiano. Tenía una espina, la que se quitaron atrás jugadores como Isner, Thiem o el propio Ferrer. Su momento llegó la pasada semana, en la arcilla de Montecarlo. Y el punto de inflexión, en semifinales, ante Nadal, al que ya había robado alguna que otra batalla.
Si se hace, que sea a lo grande. Nadal declaró tras el envite que había sido su peor encuentro en tierra batida desde hace catorce años. No le ha sentado muy bien ha Fognini, pero no hay quien le quite la sonrisa del rostro. Nadie le puede quitar lo ganado. Al fin impuso su talento, y ahora, a pesar de anunciar que no disputará el Conde de Godó, se encuentra en el mejor momento de su carrera. Y cerca de colarse entre los diez mejores (12 del mundo). La madurez siempre llega y, cerca de cumplir los 32 años, Fognini parece dispuesto a exhibir de una vez por todas el excelso tenis que ha escondido esa ‘locura’ que atrapa su cabeza.