Siempre resulta del todo injusto la focalización causal del éxito en un solo individuo cuando a los títulos -especialmente en los torneos de regularidad- de un deporte de equipo se refiere, pero la abrumadora y exultante era del Barcelona en el Campeonato de Liga español con ocho de los últimos once conquistados, encuentra en un jugador, un profesional y genio excepcional la razón fundamental por la que todo cambió. Y todo cambió en un derbi en Montjuïc, partido en el que este genio saltó al campo en sustitución de Deco en el minuto 82. Y es que aquel 16 de octubre de 2004 debutó en Liga Leo Messi, aquel que todo lo cambió. Porque Messi con diez ligas en su espalda, en ese mágico número diez, no ha hecho otra cosa desde entonces.
Cambiar el signo de cada partido, de cada jugada, del curso de la historia de su club, la vida deportiva, el palmarés de todos y cada uno de sus compañeros, técnicos, jugadores, directivos… Especialmente la memoria y alegría del aficionado culé. De alguna manera también del aficionado al buen fútbol, porque todo aquel que se precie de ello, no dudará en que Messi es el que todo lo cambió, como hizo una vez más ante el Levante, saliendo desde el banquillo y rubricando con su gol otra Liga, pues es la suya, la firma de una era.
Pues es Leo Messi la luz de esta liga, la del Barcelona en los últimos quince años y hay que darle la importancia que merece. No en vano es de aquellos deportistas que desde que empezó a jugar al fútbol lo recibió y concibió como un regalo, de hecho recibió el don de jugar, de ser futbolista profesional con los colores azulgranas en unas condiciones determinadas pero lo entregará a la siguiente generación mucho mejor.
El mundo, la sociedad y el fútbol se han construido sobre el principio universal de usar y tirar. Por ello son tan importantes la aparición e irrupción de este tipo de genios -en todos los ámbitos humanos- porque vamos tan rápido que a veces no sabemos el lugar hacia el que nos dirigimos. Y Leo en el campo es de esos tipos que saben siempre hacia dónde van, es de aquellos tipos que detienen el mundo.
De hecho mostró al Barcelona en todo momento el camino, y el fútbol tan cuantificable, ese negocio hoy tan materialista como en el mundo en el que vivimos encumbra al Barcelona como dominador de un era, pero más allá de esas ocho Ligas en once años siempre quedará el fútbol que Messi nos dejará y entregará a las futuras generaciones. Puede ser injusto, puede resultar incluso de un reduccionismo demasiado simple, pero es la auténtica realidad.
Con toda seguridad ninguno de aquellos que jugaron junto a él o tuvieron el placer de poderlo dirigir se molestará por el hecho de que se individualice en un solo jugador el trabajo grupal y una filosofía de juego concebida, desarrollada durante muchos años. Sencillamente porque este jugador se ha convertido en la constatación de que somos iguales porque somos diferentes, pues aquello que lo hizo único es lo que le hizo igual a los demás.
En la competición deportiva lo importante suele ser ganar al otro equipo, pero el número diez del Barcelona fue de aquellos jugadores que amó tanto al fútbol que siempre deseó competir contra el mejor rival. Porque así pudo y pudimos disfrutar de un gran partido, una gran Liga, una era en la que el Barcelona más allá de ganar hizo un fútbol que nunca dejó de ser y existir. Y es que pese a que en este momento manden y brillen los números, las estadísticas, el arte no opera con números y el suyo invita a pensar, a celebrar, a rimar con una pelota de por medio, creó ese espacio a toda una generación.
Y todo gracias a aquel que con su arte se mostró tan osado como para afrontar el reto de cuestionar el reinado histórico en Liga del Real Madrid. Leo Messi, aquel que se fue e irá haciendo más y más importante con el tiempo en esta vida lenta que parece fugaz, una mente rápida y unas piernas tan veloces con balón que este encontró su hogar en la pierna zurda del diez, la del jugador que jamás podrá reducirse a un número.
Como versó Juan Ramón Jiménez en su poema ‘El cambio’: Lo terreno por ti, se hizo gustoso celeste. Luego lo celeste, por mí, contento se hizo humano. Y el Leo Messi terreno representa justo aquello, lo celeste tan contento por el fútbol hecho humano…