En la velocidad y en el reposo, en el dolor y el vuelo, siempre estuvo Marieke Vervoort; la atleta paralímpica de la flecha y la flor, del cóndor y el albatros. Mucho más desde que el Ayuntamiento de Diest, a través del burgomaestre -alcalde- anunció la buena muerte -significado etimológico de la palabra eutanasia- de “Wielemie”. Y lo hizo con un poema publicado por el poeta local Kristien Nys.
Entre algunos de sus versos se cazan al vuelo referencias a un cuerpo plateado y chapado al oro, forjado en dos mundos, el físico y el espiritual, a través de la fuerza de la voluntad y la paciencia angelical. Un poema que firma un fin de sus días dulce y a su vez amargo, como de dormir suavemente, en el vuelo rasante de una pérdida que dolerá cada nuevo día, pero que por fin alcanzó aquella altura en la que ese dolor desapareció.
La cruel visita del cóndor negro
Ahora que con sus nuevas alas atraviesa el desnudo azul, absolutamente libre, sin ningún tipo de esfuerzo, es momento para recordar su valentía. Porque Marieke, que era una niña sonriente, muy feliz y deportista, recibió la amenazante visita a la ventana de sus por entonces 14 años de vida del cóndor negro y su degolladora cimitarra. Una aparente e inofensiva inflamación de uno de sus pies, acabó postrándola en una silla de ruedas para el resto de su existencia. Una vida, un vuelo, que en cambio mantuvo en todo momento bajo su propio control y voluntad. “Wielemie” como era conocida, nunca dejó de perder altura en su vuelo, incluso en aquellos complicadísimos momentos en los que el afilado cuchillo del dolor la atravesaba de parte a parte, de ala a ala, de aquel cuerpo de ave Fénix.
Tras innumerables visitas a hospitales y doctores fue diagnosticada de una tetraplejia progresiva, que la dejó paralizada de cintura para abajo y una visión reducida al 20%, a la edad de 20 años. Pero su cabeza, su mente y su espíritu nunca dejaron de viajar, de estar en el aire. Versó Neruda en su poema ‘El vuelo’, que solo las alas huyen de la muerte, y solo la mente puede volar sin necesidad de un cuerpo físico. Desde el primer instante de paralización “Wielemie” lo comprendió y, pese a que quiso ganarse el derecho a decidir libremente el momento en el que podía poner punto y final a su vuelo y su dolor, siempre tuvo claro que antes del último vuelo tenía mucho por vivir e incontables deseos y metas por conseguir.
De hecho su silla de ruedas la hizo rodar por el sueño del baloncesto, sus manos se convirtieron en las aletas para conquistar el mar de la natación, y sus brazos, aquellas inmensas alas para convertirse en una tremenda atleta de triatlón. En 2006 se proclamó campeona del mundo de paratriatlón; en 2007 hizo el Ironman de Hawái, el más duro del mundo. Posteriormente en 2008 al acudir para impartir una charla de motivación a los participantes de la dura prueba del Ironman, descubrió la isla de Lanzarote, de la que se enamoró. Acudía cuatro veces al año para beber la medicina azul de su cielo y prepararse para la competición, efectos paliativos que le daban sobrados motivos para mantener durante un tiempo más la plenitud de su vuelo.
Y en aquella plenitud se sintió albatros sobre el mar de dos JJOO, en Londres 2012 y en Río 2016, en los que triunfó en velocidad en la categoría T54, convirtiéndose en cuatro veces medallista paralímpica. Fue también triple campeona del mundo en silla de ruedas (100, 200 y 400 metros) en 2015. El albatros del día le hizo conquistar el cielo, el mundo y el cóndor de la noche le hizo conocer el inframundo del dolor.
Libertad para elegir
Bélgica es un país bello, lluvioso, pero posiblemente en cuestiones éticas y de moralidad lleva algunos años de ventaja a una gran parte de los del resto del planeta. La eutanasia se contempla en el marco de la ley y posee la adecuada normativa para que sus ciudadanos sean libres de elegir el momento en el que poner punto y final a su sufrimiento. Siempre en el marco de una serie de circunstancias muy especiales, tienen el derecho a solicitarla.
No es sencillo, de hecho Marieke tuvo que pasar por varios tribunales médicos para conseguir en 2008 legalizar documentalmente su vuelo sin motor hacia la libertad. Y quizás por ello, cuando un poco antes de los JJOO de Río de 2016 anunció que se había acogido a la muerte dulce, saltó a las portadas de la prensa mundial como noticia de impacto y, desde el punto de vista del lector, sin duda de absoluta reflexión.
Vervoort dejó muy claro que la decisión la tomaría en el momento adecuado y que no sería inmediatamente después de los Juegos. Le quedaban algunos intensos amaneceres aún por ver y las certidumbres de la verdad del vuelo por vivir. «Mientras haya buenos momentos, seguiré aquí y para cuando haya malos, tengo los papeles. No sé cuándo los usaré».
Un albatros menos, un ángel más
“Wielemie” no es y fue solo un ejemplo de superación, sino la demostración de que existen demasiados seres humanos en su plenitud física, que andan perdidos porque no saben volar, porque no comprenden la transparencia, la claridad y el gozo de abrir los ojos cada día en esta esfera de cristal. En septiembre pasado, cuando el cóndor del dolor la devoraba sin piedad, aun tuvo fuerzas para volar y cumplir su último gran deseo, rodando a bordo de un Race Lamborghini Huracan Evolution en el circuito de Zolder. Al aterrizar de su sueño y bajarse del coche declaró: «Pude realizar muchos sueños. Éste es el último»
Finalmente, el martes 22 de octubre de 2019, poco después de tomar un sorbo de un vino espumoso que le insufló sus últimas burbujas de oxígeno, en el aire de Diest, pulsó el botón del asiento de eyección de la vida. Entonces huyó de la muerte, se marchó, y a su barco le llamó libertad, y en el cielo descubrió gaviotas, y pintó estelas en el mar. Desde ese instante en la Tierra hay un albatros menos y en el cielo un ángel más…