[dropcap]L[/dropcap]os triunfos al sprint son fugaces. Tras la última curva aparece una masa de ciclistas a toda velocidad; en un instante esa muchedumbre se expande y se vuelve a contraer, uno de ellos levanta las manos al cruzar la línea de meta. Luego, aplausos, trofeo, flores, besos, cava, otra vez aplausos, recogida del cheque y hasta siempre. Al día siguiente, todo vuelve a empezar.
La vida laboral de los ‘esprinters’ también suele ser corta. Hay que ganar el suficiente número de carreras -y evidentemente de dinero- antes de que las caídas y los años te hagan coger miedo y perder potencia. Mario Cipollini podía haber sido uno más, otro en la inagotable lista de especialistas en ganar etapas llanas y llenar el bolsillo a pequeños puñados. Pero nunca lo fue. Él era el más rápido y ganaba mucho, pero su mayor victoria fue acabar con la fugacidad del ganador. Fue un pionero que entendió el mundo actual, la expansión del ciclismo por todos los continentes, la importancia de la imagen, de los comentarios, de la publicidad. Mario no cambiaba al bajar del podio, él era ciclista-actor las 24 horas del día. En la jornada posterior a una victoria suya sí se hablaba de él. Y hoy seguimos hablando de él.
Un enorme palmarés
Su trayectoria es espectacular; en 17 temporadas obtuvo 189 victorias. Sus mejores números los registra en su país, Italia. Posee el récord de victorias de etapa del Giro de Italia, donde ostenta la inabordable cifra de 42 triunfos. Además, Cipollini fue tres veces ganador del maillot ciclamino de la clasificación por puntos en los años 1992, 1997 y 2002. En el Tour de Francia conquistó el triunfo de etapa en 12 ocasiones, el mejor registro italiano de todos los tiempos junto al de Gino Bartali. Asimismo, el ciclista transalpino es el vencedor en la etapa más rápida en la historia del Tour, a más de 50 km/h en 194,5 kilómetros. Con 35 años se proclamó Campeón del Mundo de ruta en una jornada muy accidentada en Zolder (Bélgica), donde Freire y otros muchos sufrieron accidentes en un recorrido nada exigente. Cipollini había obtenido el éxito en la Milán-San Remo en ese mismo año (2002). Fue tres veces ganador de Gante -Wevelgem (1992, 1993 y 2002) y campeón italiano de ruta en 1996. En la Vuelta a España venció en tres etapas, durante el año 2002. Los números son claros: El Rey León fue el gran dominador entre los velocistas durante toda una década.
“Il bello” era algo mejor que otros ciclistas en las llegadas masivas, pero era mucho mejor que ellos después de la meta. El ciclismo es un negocio publicitario y Mario quiso ser un buen “cartel”. Al principio explotó su sexualidad -no es habitual que un ciclista mida 1.90 metros, esté musculado y lleve melena (mucho tuvo que ver su afición por el temo, antes de dedicarse al ciclismo)-. Entre el año 1989 y 1992 fue progresando en Italia, consiguiendo cada año más y más éxitos hasta convertirse en el ciclista de moda en el país de la bota, deslumbrando tanto dentro como fuera de carrera. En 1993 ganó su primera etapa en el Tour, pero aún era uno más entre muchos: Van Poppel, Jalabert, Abdoujaparov, etc. En el año 1994 llegó al equipo Saeco, con el cual se consagró como una estrella mundial del deporte, convirtiéndose en el mejor llegador de todos los tiempos.
Su actuación no acababa en meta, de hecho no acababa nunca. Siempre sonriente y engominado, contestaba a todas las preguntas, aunque fuesen sobre sexo. Los periodistas le buscaban y él les daba todo el juego que le pedían. No se cortaba absolutamente nada en las entrevistas ni en sus apariciones en televisión. Según sus propias palabras, sus mejores victorias se habían producido “corriendo detrás de las mujeres”. Escribía artículos en periódicos de todo tipo, posaba en revistas –normalmente junto a muchas chicas con poca ropa-, y, sobre todo, creaba su imagen. Su actitud parecía la de un actor más que la de un ciclista, pero luego siempre cumplía con su sus objetivos, y siempre ganaba carreras.
Lo siguiente que se le pasaba por la cabeza es modificar su vestimenta oficial para que fuese diferente a la del resto del equipo, algo absolutamente prohibido. Comienzaba a crear culottes personalizados, unas veces con la bandera italiana y otras con alguno de los colores de la misma, o con algún dibujo especial. Cuando era líder de alguna clasificación, igualaba el color de su culotte y de los calcetines con el del maillot de líder para que, según él mismo, ir “haciendo juego y no desentonar”. Evidentemente siempre era multado, pero no le importaba en absoluto, y sus patrocinadores estaban encantados de pagar las multas por él. Todas las mañanas el autobús de su equipo era el más esperado por periodistas y aficionados, deseosos de conocer que “modelito” luciría el ídolo italiano. La sorpresa llegó con el Tour. Consiguió el liderato y por tanto el derecho a vestir el maillot amarillo, pero parece ser que el maillot era poco. La mañana en cuestión apareció vestido completamente de amarillo, desde el pelo hasta las botas, incluida la bicicleta y todos sus componentes.
A partir de ahí fue un no parar: maillots de cebra, de emperador romano, de hombre al que se le ven los músculos- este es para verlo-, de tigre, etc. Alguna vez incluso se presentó en la salida vestido de jeque árabe. Cipollini promocionó el ciclismo y viceversa, creándose una relación de mutualismo perfecta.
La táctica insuperable de ‘Il Treno’
La popularidad de Mario Cipollini era tan grande que se convirtió en líder de las escuadras en las que corrió, algo impensable para un corredor que no acababa nunca las grandes vueltas por etapas. Era parte importante en la toma de decisiones de los equipos, tanto en designaciones de carrera como en fichajes. En su extraordinario año con la escuadra Acqua & Sapone (2002), crea il treno perfecto. Mario Scirea conducía el pelotón al entrar en el último kilómetro a 60 km/h, Bennati continuaba a tope hasta que cedía su sitio a Lombardi, que aceleraba la marcha al máximo, hasta que a falta de 150 metros, Supermario se ponía en cabeza y ganaba. Un día tras otro, una victoria tras otra. Sin ser molestados, sin nadie con potencial para plantarles cara, Cipollini parecía ganar las carreras sin despeinarse. Sólo el paso de los años y la aparición de un joven rival como Alessandro Petacchi pudieron alejarle de la senda de la victoria.
Sin duda, Cipollini ha sido una parte muy importante para la configuración del ciclismo moderno. Demostró que un corredor que no acaba grandes vueltas también puede destacar. Su comportamiento, siempre deportivo en las llegadas, fue clave para la disminución de caídas y sirvió de buen ejemplo para endurecer la normativa contra los conflictivos y aplicar la obligatoriedad del casco en la vestimenta. Tras una caída contra las vallas en Salamanca, provocada por un codazo de su compañero Adriano Baffi, se comenzó a sustituir el vallado de patas por el vallado de seguridad, evitando futuros enganchones y caídas. Hoy en día no hay ciclista que no personalice su bicicleta, su casco o su vestimenta si es líder de alguna carrera o campeón de alguna nación. De hecho, las marcas comerciales pagan para que los ciclistas lo hagan, e incluso la normativa ya no es rigurosa en ese aspecto. Ahora no hay ciclista destacado que no tenga un contrato con alguna firma empresarial relacionada con el ciclismo o el mundo de la bicicleta. Desde su merecida retirada, Cipollini actualmente se dedica a promocionar su propia línea de ropa y su marca de bicicletas. Eso sí, como no podía ser de otra manera, ambas de manufactura totalmente italianas y con su sello personal, la mezcla de genialidad y trabajo.