Messi ha recibido en París su sexto Balón de oro, convirtiéndose de esta manera en el primer futbolista de la historia en conseguirlo, pero mucho más allá de un premio individual del que hace tiempo no se conocen firmes criterios para su concesión, ha quedado la lectura entre líneas de su discurso de agradecimiento.
Con toda probabilidad, a todo aficionado al fútbol que tenga buen gusto, sea justo y se precie de ello, Messi les ha hecho recordar ese miedo que poseen a hacerse mayores. Se cumplían diez años y un día desde que con 22 años había recibido el primero. Y en sus 701 partidos y 614 goles, los noventa minutos de la volatilidad del tiempo y la voracidad de la esfera de cristal por la que se escapan esos segundos que solo volverán con su recuerdo. El recuerdo de Lionel, su referencia a que sigue haciendo y disfrutando aquello por lo que ya soñaba con tan solo un año de edad: el fútbol.
Ahora que con 32 años se comienza a atisbar en no demasiado tiempo un final, el final de una era, Messi constituye la corporeidad de la letra de una canción de Pablo López. Ese músico que hace himnos cada vez que le da por jugar a escribir y componer.
Pues es Leo un niño hecho himno que teme a hacerse mayor, pero que jamás dejará de jugar; que se empeña en echar de la casa de su infancia al paso del tiempo, a las páginas del calendario que arrancaron eternas emociones y su edad. Que sigue jugando pese a ello, pues que más da, sigue jugando aunque sea solo. Aquel que aun estando el patio vacío y suenen las sirenas del final, sigue y seguirá jugando en la memoria del niño/aficionado
Leo le pide al tiempo que se vaya, que le suelte los pies, que son como manos -esa zurda- que le deje solo, para que le permita seguir jugando, pues sigue siendo solo un niño con los pies descalzos. Y cuando ya no quede nada, solo el delirio, el ruido en el salón de la memoria como fantasma de su ausencia, el mundo recordará que el paso del tiempo le castigó como a todos, pero que hasta el último día en el que salió a disfrutar al patio de su infancia, su casa y el fútbol profesional, no dejó en ningún momento de jugar. Porque lo verdaderamente mágico y maravilloso de Messi no es su anecdótico sexto Balón de oro, sino que a sus 32 años sigue conservando la ilusión de aquel niño de un año.
Quizás por eso se negó a crecer y por esa razón aunque todos los aficionados al deporte del balompié sean conscientes de que antes de Messi hubo un fútbol y después del diez también lo habrá, será prácticamente imposible encontrar a nadie como Leo, que sigue jugando, y seguirá muchos años después del castigo del transcurrir del tiempo, de la temible e inevitable retirada. Y lo hará en los demás niños, pues Leo es lo más puro de ‘El Patio’, sigue jugando aunque sea solo y seguirá jugando hasta tal punto de transcendencia de que un Balón de oro menos o más, qué más da…