En la redacción de Olympo Deportivo siempre lo supimos, en realidad todos los sectores de la sociedad lo supieron en algún momento de su vida, pero se ha tenido que llegar a un escenario límite a nivel mundial como el que se está viviendo en la actualidad para que las personas; mujeres, hombres, niños y niñas, de todo color, ideología, procedencia y escala social, se percaten de que los deportistas, equipos, aquellos ídolos y grupos de elegidos, que a tantas generaciones marcaron por sus hazañas, sobre el césped, el agua, la arena, el aire, el mar, el tatami, el asfalto, la nieve, el aire, el parqué, la piedra o el tartán, comprendan por fin que estos Dioses del Olympo, solo constituyen la proyección estética, competitiva, luchadora, lúdica y profesional, de aquellos que nos van a salvar.
Los que harán posible la victoria en el enfrentamiento ante un pequeño gran enemigo -de entre 50 y 200 nanómetros, prácticamente invisible-, pero tan devastador que ha vuelto a colocar a los seres humanos los pies sobre la tierra, tan cerca de su insignificancia y tan lejos de la utópica irrealidad de su absurda creencia de creerse el centro del Universo.
Cada día, en nuestros hospitales, nuestros servicios de urgencias, nuestras carreteras, nuestros supermercados, nuestras calles, farmacias, comisarías, cuarteles, gasolineras; los sanitarios, celadores, auxiliares, enfermeras, doctoras, intensivistas, neumólogos, transportistas, farmacéuticos, limpiadores, limpiadoras, policías, militares, reponedoras, vigilantes, cajeros, cajeras, panaderas, electricistas, bomberos, fontaneros… baten sus propias marcas.
A cada segundo, minuto, hora de esfuerzo y profesionalidad pulverizan un récord mundial. Porque cada paso, cada sprint, cada golpe, cada parada, cada gol, cada canasta, que no se contemplan ni celebran, en aquellos templos del ocio hoy silenciosos y vacíos, se dan en aquellos escenarios de la vida en los que cobra sentido absolutamente todo.
Resulta impactante y escalofriante contemplar las canchas vacías, sentir ese silencio, únicamente roto por la silbante música de los pájaros que anuncian la inminente llegada de una primavera más esperanzadora que ninguna. Es silencio de hospital, roto por el canto de los ídolos anónimos que portan la bandera de la música, las alas del conocimiento sobre las que vuela y se sustenta toda esperanza.
Carolina Marín no porta una raqueta sino una jeringuilla de extracción de sangre, Luka Doncic empuja una camilla por un pasillo de la verdadera NBA, Ronaldo es el comandante del batallón de la UME que desinfecta las estaciones, Lewis Hamilton conduce una ambulancia, Carlos Sainz transporta alimentos, material médico, combustible, en un camión por las dunas del Dakar de cada día. Rafa Nadal alza al cielo un gotero como si fuera la Copa de Roland Garrós, Messi coloca con la zurda una máquina de ventilación, Simeone uniformado con el EPI, – equipo de protección individual – como intensivista deja claro a su equipo que esto se gana partido a partido, pero que no se puede dejar de luchar, aunque sea un reto tan enorme como el de ganar en Anfield.
Marc Márquez, con su moto, patrulla las calles de la ciudad para que los confundidos comprendan que la lucha no se negocia. Benzema es reponedor de un supermercado, Kipchoge y Bekele son sanitarios de una carrera de fondo que se va a ganar, porque como sabe Valentino Rossi, que es neumólogo, nadie más que él sabe que en la siguiente curva, el pico se invertirá, aunque se deje la piel en el asfalto blanco de un hospital.
Simone Biles es una médico de urgencias haciendo un triple doble para poder atender a todos sus pacientes con los recursos limitados de los que dispone. Vinicius, Haaland, Ansu Fati y Mbappe, se afanan en ayudar a las personas mayores, que, confinadas en sus domicilios, precisan de la solidaridad de los jóvenes para poder seguir demostrando que constituyen un pilar fundamental de la sabiduría de nuestra sociedad. Porque hoy por fin fuimos conscientes de quién son nuestros verdaderos ídolos, porque no ha lugar para no estar con ellos, pues solo hay lugar para la unión, la admiración.
Así será posible todo sueño futuro, cada día un paciente menos, un precio menos alto que pagar, un alta más, una vida más, pequeñas victorias, para el gran título que brillará en el inigualable palmares de los héroes cotidianos. Los sin nombre de un deporte que en realidad en ningún momento se suspendió: la vida
No existe mayor cancha, escenario e hinchas que nuestros vecinos, sus barrios mundo, sus casas, porque los estadios jamás han estado vacíos y ese aplauso desde los balcones y terrazas, son las gradas desde las que hoy se anima y celebra. Constituye la música del confinamiento que es gol, el mayor de los títulos, las marcas, los campeonatos; el reconocimiento a nuestros Dioses del Olympo, a su juego por la vida, aquellos a los que las jóvenes generaciones jamás olvidarán.
Por ellos esta redacción no tiene la más mínima duda de que esta competición se ganará y de que nuestros hijos, de las manos de sus abuelos -tan grandes como las de Oblak- volverán a jugar y vibrar con las hazañas de ‘nuestros ídolos’. Pues en sus manos y en las nuestras está, esa es la única verdad que nos compromete y concierne…